La necesidad de vivir en espacios que ofrecen servicios y sentimiento de comunidad se ha convertido en un must
El foco del mercado residencial está cambiando: ya no sólo se compra o alquila metros cuadrados, sino experiencias, flexibilidad y pertenencia. El flex living (vivienda flexible, con estancias y servicios adaptables) y el co-living (espacios compartidos con fuerte componente comunitario) han pasado de ser una tendencia de nicho a una oportunidad institucional y de diseño urbano. A continuación: por qué sucede, datos que lo confirman, insights sobre usuarios e inversores, y recomendaciones prácticas para desarrolladores y operadores.
¿Por qué el “must” por comunidad y servicios?
Varias fuerzas convergen: el trabajo híbrido y remoto, el aumento del coste de vida en ciudades, la búsqueda generacional por experiencias sobre posesión, y la demanda de soluciones habitacionales que combinen flexibilidad con servicios integrados (coworking, gyms, limpieza, actividades comunitarias). Forbes y análisis recientes señalan que la flexibilidad en la vivienda —elegir dónde y por cuánto tiempo vivir— se está consolidando como una preferencia duradera, no sólo una moda pasajera. Forbes
Insights cualitativos sobre usuarios
Prioridad en la experiencia sobre el inmueble: para muchos (especialmente millennial y Gen Z), la decisión residencial incluye: conexión con otras personas, eventos y servicios que faciliten la vida diaria y el networking.
Flexibilidad como necesidad real: contratos más cortos, posibilidad de cambiar de barrio/ciudad sin fricción, soluciones “todo incluido” (servicios y comunidad) — muy valoradas por trabajadores remotos o con alta movilidad profesional.
Comunidad = retención y valor percibido: operadores que invierten en programación (activaciones, clubes profesionales, wellness) reportan mayores tasas de ocupación y permanencia. (Vínculo directo entre experiencia y KPI operativos). HubSpot+1
Recomendaciones prácticas (para desarrolladores, operadores y gestores)
Para desarrolladores e inversores
Diseñar productos híbridos: mezcla de unidades totalmente privadas y zonas comunitarias que permitan economías de escala y diversificación de ingresos.
Validar unit economics con escenarios (alta/média/baja ocupación) y prever cadenas de servicios tercerizados cuando convenga.
Buscar alianzas institucionales: los ejemplos recientes en España muestran que joint ventures bancarias/inmobiliarias facilitan el acceso a capital y velocidad de ejecución.
Para operadores / property managers
Construir programación comunitaria recurrente (workshops, afterworks, wellbeing) que aumente el sentido de pertenencia y la retención.
Ofrecer paquetes flexibles (estancias de 1–12 meses, pricing todo incluido) y canales digitales ágiles para check-in/out.
Medir KPIs de experiencia (NPS, tasa de ocupación por cohorte, retención post-evento) para iterar la oferta.
Para marcas y branding
Comunicar el valor emocional: pertenencia, tiempo ganado, redes profesionales — más que solo “comodidades”.
Usar testimonios y micro-historias de comunidad para convertir la propuesta en algo aspiracional y tangible.
El flex living ya no es sólo un experimento: los datos de mercado, el interés inversor y la adopción operativa muestran un camino de maduración. Para quienes desarrollan o gestionan activos, el desafío es integrar servicio, flexibilidad y diseño comunitario de forma rentable. Para los residentes, el atractivo es claro: menos fricción, más pertenencia, y una oferta pensada para modos de vida laborales más móviles e híbridos.